Muchos nos hacemos daño a nosotros mismos sin ser consientes de ello, puesto que mantenemos rencores contra las personas que nos hicieron daño, con intención o sin esta; perdonar no significa olvidar, pero si librarse del peso del rencor y tomar la ofensa como algo ligero, sin importancia.
No es sano guardar las heridas del pasado y pretender que todo está olvidado, esperando el momento oportuno para recurrir a estas sí es necesario, devolviendo golpe por golpe.
Es demasiado necio el querer herir al que nos hirió, demostrando la importancia que pudo tener la otra persona en cuestión o lo que esta llego a hacernos, los mejor es ignorar, perdonar y tratar de olvidar (cosa que no es sencilla), pero que libera y da felicidad, ya que la venganza no conduce a ningún sitio. Al menos, no a ningún sitio bueno.
No toleramos, no perdonamos, no olvidamos; sin embargo, si mentimos, si juzgamos y criticamos. ¿Por qué no a lo uno y si la otro?, porque no somos capaces de soportar los errores ajenos, pero cuando nosotros nos equivocamos, nos justificamos, nos argumentamos a nosotros mismos.
De igual forma, no somos capaces de admitir que cometimos un error porque el orgullo puede más que la humildad y pedir perdón es sinónimo de debilidad; cuando seamos consientes de que la equivocación u ofensa fue nuestra, pidamos perdón, pero pídamolo de corazón, no solo por obligación.
Perdonemos. Pidamos perdón. Porque no hay nada más gratificante que sentirnos en paz con nosotros y con los demás, ya que vivir el presente sin odio y sin rencor, es vivir la vida en su estado más satisfactorio y feliz.